Hubo un tiempo en que esta frase me sonaba a cliché. De esos que están tan repetidos que ya no significan nada.
Esa era yo. Una yo del pasado. Una yo poco consciente de lo que hacía, decía o pensaba.
Supongo que es parte de crecer...
—Y de que la vida te dé un par de cachetadas para que te pongas en paz —suelta Lucrecia, como siempre, sin filtro.
No lo sé.
Lo que sí sé es que hoy, esa misma frase… me hace sentido.
Es la misma frase, sí, pero ya no soy la misma que la escucha.
Yo cambié. Y curiosamente, todo a mi alrededor también cambió.
¿Por qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde?
No tengo una respuesta clara.
Solo sé que pasó.
Y estoy aquí, siendo otra versión de mí.
Hoy, mientras platicaba con mi papá, recordé las muchas veces que discutimos. Empeñada en querer tener razón. Y me di cuenta de algo: yo había cambiado. Pero no solo yo. Él también.
Y no fue magia.
Fue decisión.
Tal vez impulsada por el dolor que nos causamos. Tal vez por el amor que nos tenemos. O tal vez por ambas cosas.
El punto es: hoy somos diferentes.
Elegimos cambiar.
No me quiso cambiar, ni yo a él.
Cada uno hizo su parte.
Porque creemos que podemos cambiar al otro, pero no podemos…
Y no creemos que podemos cambiarnos a nosotros mismos, pero sí podemos.
(Ahí está el truco.)
Descubrí que el cambio da miedo porque lo asociamos al dolor.
Y sí, a veces cambiar duele. Pero no siempre tiene que ser así.
Puedes elegir cambiar con intención.
Y ese tipo de cambio… Ese sí se siente como magia.
Ligero.
Rápido.
Profundo.
¿Y cómo se hace eso?
Más fácil de lo que crees:
✨ Teniendo claro lo que quieres.
Al menos, así fue para mí.
En el momento en que decidí que el amor por mi papá era más grande que mi necesidad de tener la razón, todo se acomodó.
No porque él cambiara. Sino porque yo empecé a actuar de una forma diferente. Con intención.
Con amor.
Con claridad.
Y no, no quiero decir que ese sea el camino definitivo. Solo quiero invitarte a hacer una pausa, un pequeño “tiempo fuera” y preguntarte:
👉 ¿Qué cambio te gustaría experimentar?
Cuando tengas la respuesta, obsérvala. Y deja que esa claridad abra un camino frente a ti.
Uno nuevo.
Uno más suave.
Uno que no tenga que doler.
Y si tu vocecita aparece a decirte “¡ya era hora!”... tú solo sonríe y sigue caminando.
Porque cuando tú cambias, sí… todo cambia.
(Y aunque suene a cliché… tal vez tenía razón desde el inicio.)
Ahora, como siempre, relájate un chingo y confía en tu propio proceso. Ya sabes que te lo digo porque te quiero 😘
¿Nos conocemos? 🙃
Si quieres saber un poco más del “contenedor de Lucrecia” es Aquí ✨
Tendrá noticias de mis abogados por utilizar MI hojita que cae en el título de su correo.
Saludos cordiales.
("Porque creemos que podemos cambiar al otro, pero no podemos… Y no creemos que podemos cambiarnos a nosotros mismos, pero sí podemos." esta parte está muy linda 🥰)