¿Te ha pasado que te sientas con toda la intención de escribir y, de repente, la inspiración decide que hoy no quiere participar?
Bueno... pues me pasó.
Y es tan frustrante querer ordenar tus ideas mientras presionas la tecla de borrar por enésima vez, viendo cómo la página sigue ahí: más blanca que nunca.
Porque no hay manera.
Las palabras se esconden, se enredan, se burlan.
—Te dije que necesitabas descansar, pero no me haces caso —interviene Lucrecia, haciendo más difícil lo difícil.
—Ya sabes que si no escribo no puedo dormir —le respondo, porque es verdad.
Escribir me calma.
Me ayuda a vaciar la cabeza.
Y entonces todo se acomoda, se aligera.
Y yo, duermo como un bebé.
Bueno... hoy no. Pero normalmente sí.
Hoy, escribir se siente más como una batalla:
Mis dedos teclean desesperados y mi mente les dicta cosas sin sentido, como si lo hiciera a propósito.
Para molestar.
Para hacerme dudar.
Y empiezo a pensar que tal vez Lucrecia tiene razón.
Tal vez solo necesito dormir.
Mañana con la cabeza fresca será más fácil contarte lo que quería contarte.
O tal vez... esto es lo que quería contarte.
Que a veces escribir es así.
A veces un caos.
Un intento.
Una lucha contra ti mismo.
Una duda constante de si esto que estoy haciendo realmente tiene sentido.
Pero tranqui.
Sí lo tiene.
Sí eres bueno.
Solo es un mal día.
Una hoja testaruda.
Un momento.
Y si sigues insistiendo —con amor, con paciencia, con humor— un día esa misma hoja se va a llenar de palabras que, aunque al principio parecían caóticas, de pronto… van a tener sentido.
O tal vez no.
No sé.
Pero igual lo escribí.
Y eso ya es algo.
—¿Ahora sí podemos dormir? —dice Lucrecia, ya más suave.
—Sí, ahora sí.
Relájate un chingo.
Incluso cuando las palabras se esconden.
Ya sabes que te lo digo porque te quiero 😘
¿Nos conocemos? 🙃
Si quieres saber un poco más del “contenedor de Lucrecia” es Aquí ✨
Que hermoso! Gracias por compartirlo ❤️✨
Saludos y que bueno que lograste escribir y compartirlo con nosotros.
Si que me ha pasado. Aquí te comparto un fragmento de uno de mis escritos.
...las letras no saben del mundo,
pero crean.
No sienten,
pero te enseñan a sentir.
Se deslizan por los pensamientos
y se instalan en el pecho.
Ahí, se hospedan,
aunque no siempre se quedan.
Yo, las espero día y noche,
como quien se sienta a esperar
la llegada de algo sagrado.
Y ellas vienen,
con movimientos suaves,
con voces tenues,
de formas que no entiendo
hasta que me hacen escribirlas...