Hace unos días cumplí 3 años desde que empecé a viajar sola…
—No es que antes lo hubieras hecho acompañada… ¿o sí?
—¿En serio, Lucrecia?
—Uy, perdón, no sabía que estabas de malas.
—No estoy de malas.
—Ajá… lo que tú digas.
Es verdad.
No estoy de mal humor.
Y de hecho, no sé por qué lo estoy aclarando...
En fin.
El punto es que hace unos días fue mi tercer aniversario de Wanderlust, esa palabra que me tatué en la muñeca durante mi primer viaje. Y obvio, lo quería celebrar viajando. (Soy tan predecible, lo sé.)
Lo curioso es que, después de tres años en los que he vivido más historias de las que hubiera imaginado, me di cuenta de algo: necesitaba un cambio.
Mi sueño, desde que tengo memoria, era vivir en el extranjero.
Sin saberlo, ese sueño empezó a formarse cuando di mis primeros pasos en una terminal de autobuses, con apenas un año de vida, minutos antes de hacer mi primer viaje con mis papás. (Esta es la historia)
¿Por qué?
No lo tengo muy claro.
Es solo algo que me llama.
Supongo que los sueños son así, ¿no?
Me pierdo entre mis pensamientos mientras miro las nubes cruzar el cielo. Van sin prisa, pero sin pausa. Una danza suave entre el azul y el blanco que se funden por momentos y luego se dicen adiós. Como ese amor fugaz que uno no olvida…
Shhht… no hagas ruido —me susurra una voz que no reconozco.
—¿Quién dijo eso? —pregunto con la garganta apretada y sin atreverme a voltear.
En un segundo el cielo ha desaparecido.
—¿Estoy dormida?
Shhht…
Me callo.
—¿Y ahora qué sigue? —susurra Lucrecia.
"Aprender a quedarte."
—¿De qué hablas? —le respondo a la voz.
"Así como aprendiste a irte, ahora toca aprender a quedarte."
—¿Y eso cómo se hace?
"Tienes que descubrirlo por ti misma."
—Pero yo… no puedo. Aún hay tantos lugares que quiero conocer.
"Tarde o temprano tendrás que hacerlo. Es una lección que no se puede postergar eternamente."
El silencio me envuelve suavecito.
Abro los ojos.
El cielo sigue ahí, bailando con sus nubes.
Fue... ¿Un sueño?
—No sé si estás perdiendo la cordura o si la estás ganando —dice Lucrecia—, pero de que fue raro, fue raro.
Yo tampoco sé qué fue. Pero, de pronto, sé qué hacer.
Abro mi computadora y empiezo a escribir.
En la parte de arriba, con letras grandes y en negrita, pongo una sola palabra:
Medellín.
Alguien me dijo una vez:
"Si la ciudad te llama, no la ignores."
(No, no era un guía de turistas… aunque sería un gran eslogan.)
La primera vez que llegué a esta ciudad me enamoré.
Sí, amor a primera vista.
Vine por 10 días… y me quedé seis meses.
Y aunque me fui, siempre supe que volvería.
Me cachaba pensando en ella todo el tiempo.
Y en efecto: la ciudad me llamaba.
Así que volví.
Y ahora, tal vez, me toca aprender a quedarme.
Y no, esto no va solo de viajes. Aprender a quedarte también puede significar:
– Quedarte en una rutina que todavía te nutre.
– En un proyecto que vale la pena, aunque ya no sea nuevo.
– En un cuerpo que a veces juzgas, pero también es tu casa.
– En una ciudad, una relación, o una versión de ti… que ya no huye.
Quedarte no siempre significa conformarte.
A veces, significa honrar lo que ya construiste.
O chance y solo tenemos que relajarnos un chingo y ya.
Ya sabes que te lo digo porque te quiero 😘
¿Nos conocemos? 🙃
Si quieres saber un poco más del “contenedor de Lucrecia” es Aquí ✨
¡Me encantó! Me quedo por acá
Que bonito esos ejemplos que das sobre aprender a quedarse, eso nos hace falta cada día más para no salir corriendo a mil cosas a la vez, algo como aprender a disfrutar de esas actividades que nos hacen bien 🫶